El
resultado de ello suele ser desde una pelea familiar de por vida que tanto nos
hace sufrir, pasando por el estancamiento de una clase política que debe
trabajar para su pueblo, hasta una guerra religiosa sangrienta e
incomprensible. Todas reacciones que nos demuestran la veracidad de lo dicho por
Hayek, que en realidad no son las opiniones las que afectan a una sociedad,
sino las conductas derivadas de estas.
Por
ello es importante que tengamos en cuenta, primero que nada, que efectivamente
es la verdad la que nos puede hacer libres y que si queremos encontrarla lo
primero que tenemos que hacer es construir un ambiente amigable para que la
verdad florezca. Es decir, generar las condiciones básicas para un debate
racional de ideas que nos conduzcan a la verdad.
Y para ello otro gran pensador, Karl Popper, nos ayuda con tres principios básicos para lograrlo. El primero es el principio de falibilidad: quizás yo estoy equivocado, quizás tú tienes razón, pero quizás ambos estemos equivocados. El segundo es el principio de discusión racional: sopesar de forma absolutamente impersonal las razones a favor y en contra de una teoría. Y el tercero es el principio de aproximación a la verdad: en una discusión que evite los ataques personales, casi siempre podremos encontrar la verdad.
Y para ello otro gran pensador, Karl Popper, nos ayuda con tres principios básicos para lograrlo. El primero es el principio de falibilidad: quizás yo estoy equivocado, quizás tú tienes razón, pero quizás ambos estemos equivocados. El segundo es el principio de discusión racional: sopesar de forma absolutamente impersonal las razones a favor y en contra de una teoría. Y el tercero es el principio de aproximación a la verdad: en una discusión que evite los ataques personales, casi siempre podremos encontrar la verdad.
Muchos
se preguntarán, ¿qué tiene que ver esto con la cocina? Pues mucho. En realidad,
no solo con la cocina sino que tiene que ver con todo. Porque la realidad es
que muchas veces aquellos que defienden una posición distinta en temas que
otros defendemos con pasión suelen respondernos no con ideas sino que recurren
al insulto, al ataque personal, la mentira y el odio.
Temas,
por ejemplo, como el de las oportunidades de nuestra biodiversidad. Por un
lado, dos millones de nuestros pequeños agricultores, que han esperado
siglos este momento de un mundo conectado, con mercados de nicho que valoran a
un alto precio los productos de nuestra biodiversidad. Millones de compatriotas
que hoy sienten temor de ser vulnerados en su oportunidad económica, su
cosmovisión ancestral, el medio ambiente que cuidaron por siglos, su derecho a
ser felices como ellos entienden la felicidad, frente a aquellos que creen con
no pocos argumentos en que es la apuesta por los commodities agrícolas como la
soya o el maíz amarillo, la panacea económica para el Perú.
O
cuando defendemos con la misma pasión el futuro de nuestras especies marinas o
de nuestros pescadores artesanales frente a la amenaza que significan para
nuestro mar las diferentes prácticas de pesca no sostenibles que hoy mismo
siguen realizándose.
Temas ambos que, en un entorno ideal, darían pie a muy enriquecedores debates, pero que en cambio generan, de parte de aquellos que nos sienten en contra de sus argumentos, insultos a veces denigrantes referidos por ejemplo a la condición rural de nuestros campesinos, pretendiendo asociar dicha condición a la ignorancia, ubicándose ellos del lado de una supuesta luz de conocimiento científico o en las alturas vanidosas de un poder político.
Temas ambos que, en un entorno ideal, darían pie a muy enriquecedores debates, pero que en cambio generan, de parte de aquellos que nos sienten en contra de sus argumentos, insultos a veces denigrantes referidos por ejemplo a la condición rural de nuestros campesinos, pretendiendo asociar dicha condición a la ignorancia, ubicándose ellos del lado de una supuesta luz de conocimiento científico o en las alturas vanidosas de un poder político.
La realidad es que, como decía también Popper, no es que uno sepa
más que otro, sino que todos sabemos diferente. Más aun en el Perú, país
multicultural, multirracial, megabiodiverso, en donde en la medida que
abracemos y celebremos nuestras diferencias podremos progresar sin
límites.
Porque el día en que cada peruano descubra que el Perú es hoy
admirado por esa diversidad que muchas veces nos separa, cuando ese día llegue
y celebremos juntos que somos deliciosamente distintos, ese día a los peruanos
no nos parará nadie.
Pero para alcanzar ese objetivo primero tenemos que dar señales
de tolerancia a la opinión distinta. Señales que generen confianza y que deben
partir primero que nadie de aquellos que tienen más poder, más influencia, más
llegada. Porque esa es su responsabilidad histórica. Al menos así lo hemos entendido
en la cocina y así vamos creciendo juntos. Quien más poder tiene es quien debe
dar los primeros pasos para generar esa confianza que construya ese espacio de
debate fecundo que nos lleve a descubrir la verdad. Esa verdad construida entre
todos que nos conduzca a ese mundo ansiado de libertad que desde niños nos
enseñaron a cantar en nuestro himno: somos libres, seámoslo siempre.
Libres
como ese cebiche de las mil caras del Perú, que hoy recorre el mundo
conquistando corazones y que resume en gran medida todo lo escrito
anteriormente.
Crecí
bajo la enseñanza de que el cebiche lleva camote y punto. Esa era mi historia.
Pero luego descubrí que en Piura le ponen yuca y zarandaja. En consecuencia,
luego descubrí que ese cebiche no iba en contra del mío, sino que en el Perú
había más de un cebiche.
Por mi madre trujillana también me enseñaron que el cebiche llevaba ajo. Luego descubrí que en Chiclayo, al lado de Trujillo, nadie osaría echarle ajo. Descubrí también que allí solo usaban ají limo y que en Trujillo solo ají mochero. Y así descubrí que yo amo la cojinova para el cebiche porque me lleva a mi infancia, como en el norte aman la cachema, al sur las lapas y en el Amazonas el dorado.
Por mi madre trujillana también me enseñaron que el cebiche llevaba ajo. Luego descubrí que en Chiclayo, al lado de Trujillo, nadie osaría echarle ajo. Descubrí también que allí solo usaban ají limo y que en Trujillo solo ají mochero. Y así descubrí que yo amo la cojinova para el cebiche porque me lleva a mi infancia, como en el norte aman la cachema, al sur las lapas y en el Amazonas el dorado.
Fue
así, como todos fuimos descubriendo que el Perú no era el país de un cebiche,
sino que era en realidad el país de los cebiches.
Como en
todo, por fortuna hay verdades ya escritas que le dan un sentido y un norte a
todo. Claro que sí. En el caso del cebiche, que los mejores limones son los de
Piura, que las mejores cebollas son de Arequipa, que un cebiche tiene que
llevar ají. Pero lo demás, el tipo de pescado o de ají, el acompañamiento, los
detalles, son parte de nuestras verdades, de nuestro saber, de ese saber con el
que hemos crecido y que hace al Perú un Perú mágico, el que lo convierte en ese
Perú que hoy destaca en el mundo, en el país de las mil y un historias por
descubrir.
Construyamos todos tolerancia dentro de nosotros mismos,
confianza mutua para abrazarnos, crecer juntos, para construir una verdad que nos
una para siempre, para cantarle finalmente a la vida y a la historia. Somos
libres, seámoslo siempre.
Gaston Acurio “ El Comercio “ 23-3-2014.
Realmente cierto, el Señor Gaston Acurio, sin ser Mason, plasma en sus palabras el significado de muchas de nuestras enseñanzas y sin saberlo nos recuerda el uso simbólico de algunas de nuestras herramientas. Muy buena publicación.
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